
20 Abr Azar, destino y voluntad
Por Pedro Alonso
¡Qué suerte has tenido!
Así respondía una persona al enterarse de la nueva situación laboral de su amigo. Claramente se alegraba de la circunstancia y quería transmitirle su felicitación por el logro conseguido.
La respuesta me hizo pensar…
¿A qué suerte estaba haciendo referencia? ¿A que el amigo había perdido su trabajo anterior por la reestructuración de su empresa?
¿A que gracias a que se había graduado en ingeniería por una de las mejores universidades del mundo?
¿A que hablaba 3 idiomas además del suyo nativo?
¿A que había pasado un proceso de selección de más de 600 personas?
¿A que iba a tener que marcharse de su país y alejarse de su familia para poder seguir trabajando?
Aunque el amigo no lo supiera, solo había acertado con la primera de las circunstancias. Gracias a la pérdida de su trabajo anterior había podido acceder a esta nueva oportunidad.
La suerte y el destino tienen una misma característica básica para los que les atribuyen el mérito o el demérito de sus propias vidas: están fuera de su control y por lo tanto les restan responsabilidad a sus propios hechos y conductas.
En otros entornos más sofisticados se habla de serendipia para explicar fenómenos casuales afortunados. ¡Cómo si no fuera necesaria una base de talento y esfuerzo previo para que esa circunstancia casual no caiga en baldío! ¿A cuanta gente le cayó una manzana en la cabeza antes que a Newton y no concluyeron nada?
Apelar continuamente a la suerte o al destino para explicar nuestra situación pone en grave riesgo los valores fundamentales para que las personas y las sociedades progresen. Más todavía, para que las personas y las sociedades pierdan el control de sus vidas a favor de cualquier elemento externo.
La historia de la evolución del hombre ha sido comprender, adaptarse y superar las circunstancias de su entorno. Incluso creando los mitos ya daban un paso más para intentar controlar la situación, y por supuesto buscar el logos ha sido el camino que nos ha llevado hasta donde estamos.
Por supuesto que la suerte existe. O por desconocimiento o por aleatoriedad, pero existe. Esta misma “afortunada persona” vivió la experiencia de la mala suerte con un compañero de clase, recién entrados ambos en la Universidad, con 18 años, cuando este compañero pasó, en tal solo tres meses, de la enorme felicidad de haber accedido a la Universidad a la inmensa tristeza de habérsele diagnosticado una enfermedad que acabó con su vida dos años más tarde.
Eso sí que fue mala suerte. No le he vuelto a oír quejarse nunca más a esta persona de su suerte personal.
No sé si el destino está o no fijado, pero en cualquier caso, hagamos como que no existe y luchemos por nuestras metas en la vida. Poniendo en juego todo el talento y el esfuerzo que tenemos. Con la fuerza de la voluntad, la humildad de aceptar lo que llegue y con el orgullo de saber que se ha hecho lo que se ha podido y que eso, está y estará, siempre, en nuestras manos.
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