
12 Ene Fatal arrogancia y meritocracia
Por Pedro Alonso
Me tienen envidia porque soy guapo, rico y buen jugador. Así respondía a las críticas que recibía Cristiano Ronaldo. Era una respuesta defensiva, provocativa, carente de toda empatía y lanzada desde la arrogancia del triunfador.
Él es un claro ejemplo de meritocracia, con sus luces y sus sombras. Sus luces: tiene un inmenso talento futbolístico, su esfuerzo y disciplina son descomunales y constantes, es resiliente –física y emocionalmente- desde su infancia y ha conseguido progresar en un entorno absolutamente meritocrático como es el futbolístico. Los frutos que recoge por ello son enormes: riqueza, admiración y prestigio social mundial.
Y también con sus sombras desde la perspectiva humana y de ejemplaridad para los demás. Alguien debería recordarle que la suerte también ha jugado un papel importante en su situación. Muy posiblemente, de haber nacido hace 100 años, su situación no sería ni por asomo la misma: ni el fútbol tenía el reconocimiento actual, ni la globalización le permitiría ser un personaje mundial y tan rico. Y por último, quizás también podríamos recordarle algo parecido a lo que Toni Nadal le dijo a su sobrino en una ocasión después de un sonado triunfo: “Que no se te olvide que, al final, lo único que haces es pasar una pelota por encima de una red”.
La meritocracia y el libre mercado son las mejores vías que se conocen para generar oportunidades y riqueza en el mundo. Una riqueza que hay que crear en su inmensa mayoría y que solo después podemos pensar en distribuirla. Frente a situaciones del pasado, donde la riqueza y el reconocimiento social provenían exclusivamente de la herencia, la meritocracia hace que se pueda alcanzar el éxito gracias a las virtudes, habilidades o el esfuerzo individuales. Esto genera ciertas dosis de orgullo propio y deseos de emulación en otros. Pero de la misma forma que ciertos productos químicos pueden ser medicamentos a ciertas dosis y a dosis más altas se pueden convertir en veneno, así sucede con ese orgullo, que a altas dosis desembocan en soberbia y arrogancia propia y en envidia de muchos otros. Desgraciadamente son muchos los “triunfadores”, meritocráticos o no, que se exceden en sus dosis y adoptan actitudes similares a la del deportista portugués. Consideran que son los únicos acreedores de sus éxitos y que cualquier crítica que reciben es fruto de la envidia.
Asimismo, también es cierto y evidente que la envidia campa a sus anchas en el mundo, por la arrogancia exhibida por algunos o simplemente por el éxito conseguido y los frutos obtenidos frente a los que no lo consiguen. Esta envidia, casi nunca reconocida y casi siempre escondida hipócritamente, genera frustraciones en el que la padece y deseos de eliminación de los éxitos y frutos de quienes los han conseguido. Además esta envidia que surge del campo meritocrático es todavía más perversa para el que la sufre porque surge del entendimiento de que su situación de inferioridad no es dada o fija, sino merecida por el envidioso que no triunfa: no tiene el talento o no hace el suficiente esfuerzo para conseguirlo. Demoledor para el que lo sufre.
Ningún planteamiento simplista, de uno u otro lado tiene toda la razón pero sí una parte de razón. Si queremos proponer medidas para solucionar el problema no podemos desconocer ambas realidades o al menos ciertas dosis de verdad que cada una de ellas contienen.
Desde planteamientos igualitaristas se ofrecen soluciones que pasan por el reparto en mayor o menor grado de los frutos conseguidos por dichos “triunfadores” llegando incluso al límite de la confiscación total. Con ello, y dependiendo de la dosis, se puede desdeñar el mérito individual y suprimir los incentivos que precisa un entorno meritocratico. Otros en cambio quieren combatir la arrogancia de los triunfadores reduciendo su mérito y apelando a la suerte como el principal elemento en la consecución del éxito. Y en esa línea, sugieren incluso forzar situaciones donde sea la suerte la que otorgue los accesos al mérito. Así, Michael Sandel propone como ejemplo que el acceso a determinadas Universidades excelentes de reconocido prestigio se haga por sorteo entre todos los candidatos que cumplan unos mínimos requisitos. De esta forma será evidente que en el éxito la suerte es crucial.Las primeras propuestas de soluciones son peligrosas, las segundas puramente cosméticas. Sinceramente creo que no son el camino a seguir. Solo con una profunda educación en valores podremos mantener el equilibrio entre la necesidad de un modelo meritocrático para poder seguir creciendo colectivamente, y la necesidad del respeto a la igualdad esencial del ser humano, de su dignidad y de sus derechos inalienables para convivir en paz y armonía social.
Algunos de estos valores que deberíamos tener grabados en nuestra educación y que deberían ser los referentes de ejemplaridad individual y social serían los siguientes:
Nadie es más que nadie por tener más talentos en cualquier área, por esforzarse más, por tener más o simplemente por haber “triunfado” si no puede ser un referente de ejemplaridad para los demás.La felicidad individual, conseguidos unos niveles suficientes de bienestar, seguridad y protección debe buscar metas de reconocimiento y autorrealización, sentir orgullo por lo que hacemos, por muy sencillo o humilde que sea.
El colectivo humano (como parte de una sociedad, nación, estados o uniones) no puede ni debe permitir que haya seres humanos que no puedan conseguir esos niveles mínimos, sean cualesquiera los motivos de su situación, incluso provocados por ellos mismos.
El trabajo dignifica a la persona y supone una contribución necesaria a la sociedad. Todos tenemos que ser partícipes de él, en la medida de cada uno y reconocidos socialmente por nuestras aportaciones laborales. Debemos otorgar esas oportunidades y reconocer que si un modelo no funciona, habrá que cambiarlo para que funcione y sea sostenible.
La riqueza o la fama individual son elementos con un doble filo para alcanzar la meta. Por un lado pueden ayudar a transitar el camino de la realización personal pero tienen riesgos de vanidad, arrogancia o autosuficiencia que impidan alcanzar dicho destino. Riqueza y fama adquieren su mejor dimensión cuando contribuyen a que todos los seres humanos puedan satisfacer sus necesidades básicas.
La ayuda que debemos prestar a los necesitados debe empujarlos a conseguir su independencia y labrar su dignidad, no debe ser una caridad que los haga subordinados o dependientes.
La búsqueda de un modelo meritocrático auténtico debe garantizar que se ofrecen las oportunidades suficientes a quienes por talento y esfuerzo lo requieran y puedan demostrar.
Debemos, no solo aceptar o tolerar la diferencia y la desigualdad, sino admirar y apoyar la excelencia y a los excelentes, asumiendo las diferencias sociales que ello pueda generar. Los excelentes, en cualquier ámbito, son los que nos muestran lo mejor del ser humano, son los que nos hacen avanzar y mejorar. Con su ejemplo, nos estimulan para emularlos, seguir su camino y ser mejores nosotros mismos y hacer mejor a la sociedad y el mundo.
En Dádoris creemos que el talento, el esfuerzo, la resiliencia, la generosidad y la meritocracia es el camino que nos hará mejores. Es el ejemplo que hemos recibido y trabajamos para extenderlo y que perdure.Dedicado a mis padres y abuelos (amas de casa, basurero, agricultor sin tierras y fontanero). Jamás me he sentido superior a vosotros y camino por la senda de las huellas de vuestro ejemplo. Gracias de corazón.
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