El fin de semana de entrega de los Premios en tres actos.

 

A finales de septiembre tuvimos el encuentro de la entrega de los premios de la Fundación Dádoris a los 82 estudiantes que reciben la ayuda para el presente curso. Era el sexto encuentro desde que nació esta Fundación. Tres estudiantes nos regalan cómo vivieron el largo fin de semana en tres entregas llenas de emoción.

 

Viernes 22 de septiembre. Ala Zukri El Amrani-Chtiar

La noche del 21 de septiembre, llegué al lugar en Madrid que desde el año pasado se ha convertido en un hogar temporal para quienes, desde fuera, somos llamados el mejor talento de España. En ese ambiente efervescente, rodeado de jóvenes brillantes con sueños tan grandes, me volví a sentir en casa, en familia.

Durante la mañana del día siguiente, nos sumergimos en una serie de charlas que nos recordaron la importancia de los idiomas, las conversaciones y las conexiones humanas. El conocimiento no solo reside en los libros y las fórmulas, sino también en las interacciones significativas y en la comprensión del mundo que nos rodea. Y tanto es así, que estar allí, en la Gala de Entrega de Premios de la Fundación Dádoris, es experimentar una oleada de emociones, un torrente de gratitud y optimismo que se mezcla con la sensación abrumadora de comunidad y propósito compartido. Cada año, cuando camino por el elegante salón de la Real Academia de las Ciencias, veo rostros llenos de sueños y esperanzas. Estudiantes brillantes, con trayectorias académicas deslumbrantes, que han superado obstáculos inimaginables. La Fundación Dádoris, con su generosidad y visión, no solo premia el rendimiento académico excepcional, sino que también tiende una mano amiga a aquellos cuyo futuro universitario se ve oscurecido por las limitaciones financieras.

Este evento, esta gala, fue una celebración del valor del conocimiento, pero cada premio entregado representa más que un logro individual; es un recordatorio tangible de que la educación es un derecho fundamental. Es una afirmación de que cada uno de nosotros, independientemente de su origen o estatus económico, merece tener la oportunidad de brillar y contribuir al mundo de maneras extraordinarias. Cada premio entregado resonó con significado. La presencia de Luis de Val añadió un toque especial a la velada, destacando aún más la importancia del apoyo y la inspiración en nuestro viaje educativo.

En mi experiencia, he visto cómo estos premios no solo cambian la vida de los estudiantes que los reciben, sino que también transforman familias enteras y comunidades. Se rompen ciclos de pobreza, se inspira a otros jóvenes a seguir sus sueños y se crea un ambiente de esperanza y determinación.

Personalmente, cada vez que escucho las historias inspiradoras de mis compañeros, siento una conexión profunda. Puedo verme a mí mismo en sus luchas y aspiraciones. Siento una empatía palpable por los desafíos que han superado y una alegría inmensurable por sus triunfos. Esta conexión personal hace que la gala sea más que un evento; se convierte en un recordatorio conmovedor de nuestra capacidad colectiva para hacer una diferencia real en la vida de los demás. En un recordatorio de que el conocimiento no solo enriquece nuestras mentes, sino que también puede transformar el tejido mismo de nuestra sociedad.

Estoy profundamente agradecido por la oportunidad de ser parte de esta comunidad de esperanza y aprendizaje. Estoy lleno de gratitud por la Fundación Dádoris y por todos aquellos que la hacen posible. Porque sé, con cada fibra de mi ser, que en estas historias de superación y éxito, encontramos no solo el valor del conocimiento, sino también la verdadera esencia de la humanidad: la capacidad de creer en el potencial ilimitado de cada individuo, sin importar su origen. Y yo, como uno de los estudiantes afortunados premiados esa noche, soy un testimonio vivo de ese potencial y de la generosidad inquebrantable de aquellos que creen en él.

Después de la gala, cuando la emoción aún vibraba en el aire, mi mente se volvió hacia mis padres. En ese momento de reflexión, recordé de dónde venía, cómo había llegado hasta aquí y las personas que habían hecho posible este viaje. Mis padres, dos panaderos emigrantes, con su amor incondicional y su apoyo constante, me han enseñado que el conocimiento no tiene límites y que la educación es el camino hacia un futuro mejor.

Y aunque no podáis leer esto: papá y mamá, os quiero.

 

Sábado 23 de septiembre. María Rocher Ortiz

El pasado 23 de septiembre, los miembros de la Fundación Dádoris junto a sus premiados, nos embarcamos en un viaje extraordinario que nos transportó a un rincón del pasado, un lugar donde la historia y la magia se entrelazaron de manera asombrosa.

El día comenzó lleno de dudas e incertidumbres. Únicamente sabíamos cuál era el destino inicial, la estación de tren Príncipe Pío. Una vez reunidos todos los premiados, como emergidos de un cuento de hadas, comenzaron a aparecer personas con vestimentas de época. Ahí estaba, destacando entre todos, el protagonista del viaje, el mismísimo Felipe II, que con su imponente presencia y ropajes atrajo todas y cada una de las miradas. Junto a él, aparecieron los ecos de su pasado, Antonio Pérez, su consejero más sabio; Miguel de Cervantes, ilustre escritor español; Juan de Herrera, arquitecto del majestuoso monasterio del Escorial; y sus esposas.

En busca de respuestas a lo que acontecía ante nuestros ojos, comenzamos a susurrar y murmurar entre nosotros esperando por fin descubrir la naturaleza exacta del motivo por el que estábamos todos ahí reunidos. De repente, avistamos un tren que destacaba del resto y no pudimos evitar quedarnos boquiabiertos. Nada más verlo, el ambiente se tornó mágico. Llenos de emoción y curiosidad por el día que se avistaba, nos subimos al tren.

A bordo del majestuoso tren de Felipe II, cuyos vagones parecían sacados de las páginas de un libro de Harry Potter, no pudimos evitar sentir la magia de sus relatos. Cara a cara con los protagonistas de la historia que habíamos leído y estudiado, estos comenzaron a revelarnos sus vivencias, secretos y pasiones. Durante el trayecto, nos vimos transportados a la España del siglo XVI. Cada anécdota y cada conversación nos sumergió en la riqueza de la historia y la vida en la corte de Felipe II, mientras las ruedas del tren nos llevaban hacia el destino: el Monasterio del Escorial.

Al llegar, caminamos por los pasillos de esta joya arquitectónica, con los ilustres personajes como nuestros guías. Sus palabras resonaban en cada sala, dándonos una visión única de su época y del esplendor del renacimiento español.

El punto culminante del día fue una clase de acuarelas impartida por la pintora del famoso retrato de Felipe II, Sofonisba Angissola. Con pinceles en mano, plasmamos la majestuosidad del monasterio en nuestros lienzos, sintiéndonos parte de la historia que habíamos conocido en el tren.

Con el corazón lleno de gratitud y emociones, tuvimos que regresar al presente, dejando atrás aquel rincón del pasado. Antes de partir, exploramos un hermoso parque en el pueblo del Escorial, disfrutando de la serenidad del entorno. Las últimas notas de la banda sonora de Harry Potter resonaban en nuestras mentes mientras nos despedíamos de ese tren que siempre recordaremos como un portal a la magia y la historia.

 

Domingo 24 de septiembre. María Aylen Peñuela Andrada

Coraje. Audacia. 

Algo tan obvio pero tan necesario que nos recuerden. Una cualidad que mucha gente asume que tiene, cuando en verdad, no poseen ni el más mínimo ápice de ella. Es tan fácil presentarse como una persona valiente, sin miedo, cuando se lleva una vida relativamente acomodada, sin riesgos a los que enfrentarse y sin batallas día a día. 

Coraje. Audacia. 

La capacidad de llevar un viaje durante cuatro años por seguir un sueño. No me refiero a una ilusión infantil, sino a un sueño verdadero. A perseguir la idea de un futuro mejor, de una carrera con oportunidades, y de una vida digna.

Es muy fácil llamarse a uno mismo “valiente”, pero no lo es tanto cuando delante de ti tienes a una persona que se ha enfrentado a viento y marea para llegar a donde tú estás por puro azar. Esa persona ha cruzado desiertos, mares… Ha visto cómo sus iguales morían mientras él llegaba a la orilla. Ha presenciado la desesperación y ha sufrido de hambre durante semanas. Todo esto para llegar a nuestro país, a buscar un futuro mejor, aún sin saber muy bien qué significaba esto. Esta es la historia de Ousman Umar, quien a los trece años empezó un viaje que no acabaría hasta cuatro años después, al llegar a España.

La Fundación Dádoris nos iluminó el domingo, el tercer día de nuestro encuentro anual en Madrid, con la visita de este audaz escritor, que cuenta su historia para concienciar al resto del mundo de cómo es la vida realmente en el continente africano y qué tan difícil es llegar hasta Europa desde la Madre África.

No contentos con la emoción anterior explicada, también nos acompañó el prestigioso ilustrado Eugenio Palomero quien, de la mano de su destacada elocuencia, nos expuso y encaminó hacia el éxito profesional. Su discurso, caracterizado por la perfecta exposición de ideas y el constante feedback con el público, nos enseñó cómo es el mundo laboral y cómo hacernos destacar entre los demás. Es decir, cómo dejar relucir nuestro talento.

Pero debido a la naturaleza de Dádoris, donde se busca la excelencia en todo momento, la fundación no se podía dar por satisfecha con una gran mañana. Como invitados sorpresa y de la forma menos esperada, apareció la banda de música folclórica africana Sico Bana. De esta forma, el último día se clausuró de la manera más espléndida y alegre posible, al ritmo de los instrumentos africanos y con todos los becados bailando al ritmo de estos. 

¡Muchas gracias DADORIS!

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