
04 Nov Derechos y deberes: caras de una misma moneda
Por Pedro Alonso
El devenir reciente de la historia occidental es una continua conquista de derechos individuales en búsqueda de una igualdad básica entre todos los seres humanos y una ampliación de los espacios de libertad.
El derecho al sufragio universal, a la educación, a un sistema sanitario y asistencial, a un Estado del bienestar son claros ejemplos de dicho progreso igualitario. Asimismo, por el lado de la libertad individual, hemos visto crecer su ámbito, legal, moral y social; hemos visto como conductas prohibidas o ideas rechazadas socialmente hasta hace poco tiempo se aceptan ahora con normalidad y la libertad de expresión tiene muy pocos límites más allá de la ofensa o difamación a una persona o incitación a la violencia.
Muchas personas consideran que todavía es insuficiente y apelan a criterios comparativos para resaltar las desigualdades y remarcar que la igualdad es más teórica que real. Su propuesta de solución a esta situación se apoya en incrementar los deberes de los “privilegiados”, de los “otros”. Otros reclaman que la libertad individual está ahogada por el peso de las obligaciones, normativas y exigencias de un Estado cada vez más intervencionista.
Es indiscutible que cada persona está imbuida de una dignidad humana esencial, idéntica para todos y en ella se basan los fundamentos de sus derechos humanos. Y hay derechos que son inalienables por muy vil e indigna que sea una persona. Pero lo que debe establecerse es hasta dónde pueden llegar ciertos derechos económicos sin una contraprestación de los individuos a la colectividad. Continuamente vemos como el individualismo crece imparable en el protagonismo de la historia. Crecen los derechos e intereses individuales y se debilitan las responsabilidades o deberes sociales, más allá de la mera esfera económica de aquellos que tienen los recursos.
Incluso dentro de esa esfera económica, me pregunto: ¿Tiene sentido que una persona tenga acceso a todos estos derechos sin que se le pueda exigir ningún deber hacia su comunidad? Alguien que, por pura voluntad propia y sin mediar circunstancias que lo impidan, no quiera trabajar, que viva del subsidio social, recibiendo sanidad, educación, protección y vivienda, vivirá una vida posiblemente dura pero no estará sujeto a ningún deber que beneficie o reporte alguna contribución a su comunidad. No creo que esto sea aceptable. Recordemos que todos estos derechos tienen un coste económico que tienen que sufragar con sus impuestos otros ciudadanos que asumen obligaciones/deberes adicionales.
Derechos y obligaciones son elementos indisociables que están interrelacionados, individual y socialmente. Para su funcionamiento equilibrado tenemos que encontrar sus límites: no se pueden extender esos derechos ilimitadamente a expensas de las obligaciones de los demás. Y hay que poner deberes a aquellos que se benefician de estos derechos.
No sitúo este tema en una situación coyuntural de un individuo, ni tan siquiera en el terreno de la picaresca particular sino en el terreno de la ética, de la ejemplaridad individual y social que da referencias de actuación a los miembros que forman parte de la polis.
Si se considera que el trabajo es un castigo en lugar de camino de realización personal; si se considera que tener hijos es un sacrificio y no una razón de plenitud vital; si al que tiene éxito, crea y genera, se le envidia o denigra socialmente y se le intenta privar de la mayor parte de sus frutos; si la búsqueda de la igualdad en los derechos es la única máxima de conducta; y si las obligaciones y deberes solo se mencionan para exigírselas a los “privilegiados”. Si este es el camino que sigue la sociedad, caminamos hacia un declive inexorable primero moral y luego económico.
Hay que pedirles algún tipo de exigencia o contraprestación a esas personas que se benefician de dichas ayudas para que ellos beneficien de alguna forma a la colectividad. Sería una forma de darles dignidad más allá de una caridad disfrazada de solidaridad ¿Es mucho pedir?
¿Y qué decir de las élites económicas y sociales? Sus deberes no se limitan al estricto cumplimiento en el campo económico y legal. No es suficiente su contribución a la sociedad con el pago de los impuestos y con la riqueza que su trabajo genera. Tienen que mostrar un compromiso de liderazgo a través del ejemplo y con los valores por bandera. Tenemos que pensar en algún tipo de exigencia moral a estas élites que se benefician de un entorno, de una sociedad, que les permite que con su talento y esfuerzo obtengan sus resultados.
La filantropía es el camino más claro para construir su liderazgo social. Por ese camino de ejemplaridad se consigue una credibilidad que va más allá de un cumplimiento legal que en ocasiones suena a simple coartada moral para eximirse de un compromiso mayor ¿Es mucho pedir?
Si queremos que esta sociedad progrese en paz y justicia tenemos que encontrar nuevos espacios para un contrato social equilibrado entre los derechos y deberes de los individuos y los derechos y deberes de la sociedad. Tenemos que proteger los avances que han conseguido los individuos, el protagonismo de la esfera individual en la sociedad, pero asumiendo a la par obligaciones frente a los demás y frente a la colectividad. No puede haber futuro exclusivamente enfocados en el individuo sin ver la esencia social, no solo dimensión, que nos constituye.
Si queremos que dicho contrato social sea sólido y estable, no puede provenir solo de una imposición del Estado por muy democrático que sea. Únicamente desde la educación conseguiremos que cada persona asuma convencido sus obligaciones, para si y para los demás, construyendo una virtud personal y social que construya su dignidad como ciudadano libre e independiente. La educación nos tiene que mostrar la dependencia, biológica, emocional y racional, que todos tenemos de los demás, con respeto y apoyo a la individualidad, por supuesto, pero sin esa visión social no podremos avanzar ni encontrar el sentido a nuestras vidas. Es un delicado equilibrio que tiene que estar presente en el frontispicio de las personas, de los colectivos e instituciones, en sus acciones y sus reconocimientos.
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