Experiencias y reflexiones sobre los ciclos del aprendizaje

Experiencias y reflexiones sobre los ciclos del aprendizaje

Primer ciclo.

Este ciclo es el que se podía identificar con el nivel de grado. Es el ciclo del saber, propio de los libros de texto, pero también del saber pensar. En mi actividad docente, como profesor de matemáticas, además de considerar que ninguna otra disciplina, como las matemáticas, inducían a ser cauto en el afirmar, sencillo y ordenado al argumentar, preciso y claro al decir, siempre he estimado que todavía era mas importante esa concentración y hábitos de paciencia que adquiere el alumno al intentar entender un teorema o resolver una ecuación. A los que no venían con el problema resuelto a clase les pedía que me trajeran la cantidad de cuartillas que habían rellenado intentando alcanzar su solución. Precisamente hoy observamos como el llamado Proceso de Bolonia, en sus aspectos pedagógicos, sitúa en primer plano el trabajo del alumno y el aprendizaje. Cuando yo era profesor, a mis alumnos les decía que en esa lucha por resolver el problema, no tenían que darse nunca por caídos, lo importante era estar preparado para levantarse y reanudar nuevamente la lucha.

Segundo ciclo

Este ciclo el que se puede identifica con el grado de Master. Aquí el saber pensar hay que ponerlo al servicio del saber hacer, y del saber convertirse en un buen profesional, donde la complejidad de los problemas transciende del contenido de disciplinas aisladas.

Con frecuencia, yo le relataba a los alumnos la anécdota del borracho que busca sus llaves a la luz de una farola y que a la pregunta de si estaba seguro de que las había perdido allí, contestó: «No, pero es el único sitio donde tengo luz para ver». En nuestra actividad científica también actuamos con un reduccionismo parecido: Los problemas, por complejos que sean, se traen a la luz de la farola o se contemplan desde el árbol de nuestra especialidad, sin tener en cuenta que, con ser importante la luz de la farola o el árbol de nuestra ciencia, no lo es tanto como la iluminación de la ciudad, que es entorno, o el bosque, que es ecología. También, como profesor de Matemáticas y Estadística, ponía énfasis en sus limitaciones, especialmente cuando se utilizan para revestir de rigor científico ciertas aplicaciones interesadas. El caso más paradigmático, de estas interesadas aplicaciones, lo tenemos en los modelos matemáticos que nos ha conducido a la reciente crisis financiera, y que han sido calificados como un fraude intelectual.
Cuando se hacen aplicaciones de las matemáticas a la economía, al primar la construcción formal, a menudo aparece desviado el espíritu crítico del cuerpo de hipótesis que subyace en el razonamiento económico. De aquí que los modelos integradores discurran por esta escala ascendente en la que las disciplinas pasan de ser “fin” a ser “medio” para enfrentarse con los problemas complejos que demanda la era de la información y ahora la nueva era de la complejidad.

Así, la disciplinaridad, donde no existe ningún tipo de relación entre los contenidos de las disciplinas, tiene que dejar paso a la interdisciplinaridad donde existe algún tipo de relación entre dos disciplinas afines, y ésta dejar paso a la pluridisciplinaridad donde existe algún tipo de relación entre varias disciplinas más o menos afines, el paso siguiente exige alcanzar el grado máximo de relación entre disciplinas que es la transdisciplinaridad donde el futuro ya no es una consecuencia del pasado, sino una consecuencia del propio futuro.
Tercer ciclo. Este ciclo se puede identificar con lo que seria el grado de doctorado. Aquí, al saber pensar y al saber hacer le sucede el saber «aprender» que requiere motivación, voluntad, esfuerzo, trabajo propio y compromiso, hasta llegar a la última fase de «aprender a querer aprender».

El avance científico se fue progresivamente adentrando en la comprensión de la complejidad, tanto en lo muy reducido (microcosmos) como en lo muy grande (omnicosmos) del universo, como un todo, poniendo de manifiesto las limitaciones de esa descripción que podríamos denominar del mundo de tamaño medio. Así, esa coherencia del ideal omnisciente (platónico), donde el futuro es proyección del pasado, y del ideal omnipotente (superman) donde el futuro se anticipa en función de la información disponible, tiene que dejar paso a una nueva racionalidad, un poco más compleja. Se trata de una racionalidad que nos obligue a mantener un diálogo constante con la realidad observada, y en la que los principios que fundamentan dicho diálogo en la búsqueda de la verdad, sean también principios éticos. En efecto, la actitud de critica objetiva a la que estamos obligados a adherirnos en el necesario debate de ideas, unida al principio de falibilidad (Karl Popper) que debemos practicar para aprender de nuestros errores, constituye un principio epistemológico que, al mismo tiempo, es un principio ético. En esta nueva racionalidad científica, a diferencia del ideal omnisciente y omnipotente, la autoridad personal desempeña un papel menos importante, pues, la tolerancia y la creación humana no necesitan apoyarse en arquetipos. Como, en muchos otros casos, este diálogo permanente con la realidad ya nos lo había anticipado la creación literaria, tal como se desprende de los versos de A. Machado cuando dice:

De la mar al precepto,
del precepto al concepto,
del concepto a la idea
¡la linda tarea!
de la idea a la mar
¿Y, otra vez, a empezar?

Pues para comprender este mundo en movimiento, hay que instalarse en la filosofía de lo inacabado que, otra vez mas, ya nos la había anticipado la creación artística cuando Picasso decía:¿Cuando has visto un cuadro terminado?, ni un cuadro ni nada, pobre de ti el día que digas que has acabado algo. Terminar un cuadro significa acabarlo destruirlo, despojarlo de alma, darle la puntilla o el golpe de gracia. El cuadro se interrumpe, pero no se acaba; somos nosotros los que nos acabamos en él. Acabar algo supone destruirlo y todo lo que tiene vida sigue abierto al futuro. En la era de la complejidad, el futuro ya no es una consecuencia del pasado, sino una consecuencia del propio futuro. Así lo describía Borges en el «Jardín de los senderos que se bifurcan»: «Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan, casi en el acto comprendí: … era la novela caótica. Al optar entre diferentes alternativas, estamos creando diversos porvenires, diversos tiempos, es decir, diversos futuros. EL FUTURO ES CREACIÓN.

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