La meritocracia y las cajas.

Reflexión de Jaime Menendez de Luarca.

Sirva el deporte de competición como uno de los ejemplos más obvios de que el mundo no se comporta de modo justo dando a todos los niños igualdad de oportunidades.

Desde pequeños, en todas las asignaturas del colegio o del instituto, observamos cómo algunas asignaturas se nos dan mejor que otras y cómo hay compañeros que nos superan en determinadas materias con menos esfuerzo aparente que el propio, mientras que uno mismo es más hábil que aquellos amigos en otro tipo de inteligencias (motriz, emocional, creativa, matemática, abstracta…)

La meritocracia es cada vez más denostada ante el argumento de que la “herencia”, bien sea social, económica o genética pesa mucho más que el esfuerzo individual. No cabe ponerse una venda en los ojos y negar que en cada mundo especializado existe una “caja” en la que nacemos en las que desarrollar unas habilidades será más sencillo que habiendo nacido en otro mundo.

El deporte de rendimiento ejemplifica bien estas “cajas” o “mundos” en los que nacimos. Hay habilidades genéticas internas que son más difíciles de apreciar por el ojo humano, como el consumo de oxígeno, la capacidad contráctil de los músculos locomotores o la resistencia a la fatiga que al profano le hace pensar que esforzándose igual y con los mismos métodos materiales que Kipchoge podrá correr como este durante 120 minutos a 21 kilómetros por hora.

Sin embargo, si tomamos otra ventaja genética que sí es obvia para nuestro sentido común como es la altura para jugar al baloncesto, nos daremos cuenta de que Pau y Marc Gasol partían con ventaja para este deporte sobre Spud Webb, que con 1m68 ganó el concurso de mates de la NBA en 1986.

Pero tanto los Gasol, con su mas de 2m10, como Spud Webb, debieron dar lo máximo para llegar a lo que podían ofrecerle sus potenciales en la NBA, aunque pudieron haberse conformado con las ligas de desarrollo o las europeas.

Volviendo al maratón, no cabe negar el talento innato de Kipchge, como tampoco podemos olvidar su capacidad de trabajo. Él lucha por bajar de 2h00 en la maratón esforzándose al máximo mientras otros se esfuerzan al máximo en hacer 2h59 o 3h59 y no dejan de esforzarse porque Eliud sea inalcanzable por el hecho de haber nacido en altura, tener un diámetro de gemelo más fino que muchos antebrazos, o por haber nacido en el valle del Rift a más de 2.000 metros de altitud.

En el mundo laboral se observa a veces ese desprecio hacía el trabajo duro porque sea harto difícil obtener el puesto al que llegará el hijo del dueño de la empresa. De ese modo será sencillo caer en la tentación de pensar que, si no hay una equidad social que en cada generación nos ponga a todos en el mismo punto de partida, el esfuerzo no es necesario.

En ocasiones miramos hacia arriba viendo que el ascensor social no es efectivo, y se nos olvida que si bien no podemos correr en 2h00 una maratón, sí somos capaces de simplemente terminarla, algo que muchos seres humanos no son capaces de lograr, o siendo mucho más duros, miramos hacia ese 10% de la sociedad que posee el 60% de los bienes materiales, sin darnos cuenta de lo afortunados que somos por no haber nacido en un país con hambre o guerras. Comparar territorios por sus ingresos no tiene sentido porque nadie asegura más felicidad a un ser humano por haber nacido en una ciudad de Estados Unidos o en una ribera del Amazonas.

Es deseable una equidad de oportunidades sociales a cada generación venidera, y a pesar de ello, las habilidades innatas seguirán dando un punto de ventaja al inicio de la carrera, pero ya no será media maratón antes de haberla empezado.

No todo el mundo necesita superar sus límites, ni aquellos que los buscan constantemente deberían situarse en una atalaya moral para quienes viven apaciblemente, pero escribo esta reflexión desde el punto de vista del deporte, cuya diferencia con la actividad física es que el deporte se contempla desde el agon, la lucha constante por mejorar, y es el deporte competitivo, sobre todo aquel que lucha contra una medición objetiva, el juez más implacable. Los padrinos que pueden ayudarnos con los mejores sistemas de entrenamiento nos darán un pequeño trampolín, pero el ascensor social que supone la propia selección natural es implacable en la competición y hará aflorar talentos ocultos allá donde estén, tanto en el deporte como en el trabajo.

Cabe esperar, en aras del estado de bienestar de nuestros jóvenes, que sigamos luchando en la igualdad de oportunidades y nadie pierda la oportunidad de formarse en su verdadera vocación por falta de recursos y el mérito sirva como verdadero trampolín sin matices.

Jaime Menéndez de Luarca es licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, Doctorado en Fisiología del Ejercicio, Master de Alto Rendimiento en Deportes Cíclicos por la Universidad de Murcia, 7 veces Finisher del Campeonato del Mundo Ironman de Hawaii y 2 veces Campeón del Mundo de Triatlón en su Grupo de Edad.  También repitió 3º de BUP y le recomendaron abandonar el colegio donde no superó aquel curso.

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