Responsabilidad Social: ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con los demás?

Responsabilidad Social: ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con los demás?

Hace unos meses leía una entrevista que le hacían al Papa Benedicto XVI donde le preguntaban si se arrepentía de algo en su vida.  Picado por la curiosidad sobre la respuesta que iba a dar, una persona a la que admiro humana e intelectualmente, cerré un momento el periódico y me pregunté ¿qué dirá?:  ¿No haber profundizado más en los misterios de la teología?¿No haber resuelto mejor los problemas que se le presentaron como Pontífice de la Iglesia? Tenía mucha curiosidad por conocer la respuesta de una persona dotada de tanta inteligencia, que había ostentado una gran responsabilidad y poder y que se encontraba en la última fase de su vida.  Su respuesta fue sencilla y rotunda:

“No haber ayudado a más gente”

 

Muchos de nosotros consideramos que mantener a nuestra familia, ayudar a nuestros amigos y pagar impuestos es ya una tarea suficientemente ardua, extenuante en muchos casos.  Y sin duda lo es.

El que hace lo que puede, no está obligado a más, por supuesto.  Pero me dirijo a todos aquellos a los que la vida, de diversas formas, nos ha privilegiado dándonos salud, talento, fuerza, medios económicos o de otro tipo, con un entorno favorable y podemos hacer un poco más, debemos hacer un poco más, o mucho más. Cada uno hace su propia reflexión y sabe hasta dónde puede llegar.

En esa reflexión individual cada uno pensamos, sentimos, nos preguntamos qué balance queremos presentar. ¿Qué me hace y hará sentir orgullo por lo que haya hecho en la vida? Y habrá objetivos finales: familia, amigos, desarrollo personal y ayuda a los demás y habrá objetivos instrumentales: trabajo, relaciones sociales, aficiones, viajes, divertimento, etc.

Mientras ese momento llega, seguiremos viviendo y enfrentándonos a situaciones que nos exigirán decidir.  Situaciones de injusticia, situaciones de necesidad de amigos o de semejantes y ante ello podremos hacer algo o volver la cara y seguir avanzando.  Cada uno con su sensibilidad propia.

Y todos nos podremos plantear, ante estas situaciones, ese dicho judío que dice:
Si no soy yo, ¿quién?

Si no es ahora, ¿cuándo?

Si no ayudo a mis semejantes, ¿qué clase de persona soy?

Muchos son los campos de actuación y cada persona elige su frente.  Para todos los que estamos en la Fundación Dádoris, la educación es clave.  La educación, su falta, está en la raíz de muchos de los problemas y puede ser la solución a muchos de ellos. En un mundo cada vez más complejo, en una sociedad del conocimiento, ya hace mucho tiempo que el valor no está en las materias primas o en los activos materiales. El auténtico valor está en la formación de sus personas.  Esas personas con conocimientos son los que podrán dar soluciones, podrán adecuarse a los cambios y no sólo eso, liderar los cambios.

Además, la Fundación Dádoris quiere enfocarse en una vertiente de la educación: la de dar acceso al progreso educativo a los que han demostrado que están mejor capacitados para extraer todo el rendimiento de la educación superior pero que no pueden acceder porque carecen de los medios económicos para hacerlo.

¿Cómo puede una sociedad desarrollada como la nuestra “decirle” a un joven que ha sacado diecisiete dieces en dieciocho asignaturas de bachillerato, que habla cinco idiomas, que no puede seguir estudiando, que no puede acceder a la Universidad porque sus padres, inmigrantes o pastores, no pueden sufragar su coste (o su mantenimiento mientras estudia)? ¿Es esa la sociedad meritocrática que decimos ser? ¿Es esa sociedad que dice premiar el talento unido al esfuerzo?

Ante esta situación, podemos quejarnos en tertulias y charlas de amigos o podemos dar un paso al frente y rebelarnos ante la injusticia haciendo algo. Cada uno lo que pueda.  Todo menos quedarnos parados, y menos los que hemos sido favorecidos por unas circunstancias tan positivas.

Son las acciones lo que cuenta, mucho más que las palabras.  Y desde luego, dejarlo todo exclusivamente en manos de ese ente etéreo que es “Apelar al Estado” es sencillo pero también peligroso, muy peligroso.

Desde la Fundación Dádoris no le tenemos miedo a las utopías, sí a las distopías.  No tenemos miedo a reconocer, humildemente que queremos poner nuestro grano de arena, crear opinión y unir fuerzas para provocar el cambio en esta situación.

¿Te unes a nosotros?

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